El Libro De Las Verdades Absolutas

El libro de las verdades absolutas no es un libro cualquiera. Tampoco podría considerarse un libro, ni siquiera un conjunto de textos, ni ensayos ni notas ni nada parecido. Por más que así se lo llame, de literario tiene poco y nada. Podría decirse que tiene muchas hojas, algunas perdidas y otras agregadas. Una tapa y otra contra tapa, ambas duras y sin identificar autores ni reseñas, eso en este caso no es necesario. Con solo tenerlo en las manos uno ya sabe la primer verdad y es que, en ese libro (vuelvo a repetir, si así lo llamamos) convergen todas las verdades del mundo. Absolutamente todas, sin olvidar ninguna y que dan respuesta a todo aquello que uno alguna vez se preguntó, cuestionó o nunca se creyó. Si sigue una línea literaria o no es algo que no sabría afirmar ni desmentir, la única vez que lo sostuve solo me dieron la oportunidad de abrir una página al azar y leer. En ese momento me aclararon que, sumergirse en el saber absoluto era sumamente peligroso y podía llegar a ser mortal. Incluso me explicaron que la muerte no era lo peor que podía sucederme. Me contaron entonces que la naturaleza humana residía en la sed de conocimiento y que el alma suele anclarse en los sentimientos, lo cual evitaba que esta viva en sintonía con el cuerpo y la mente, destruyendo el equilibrio entre las partes. Un hombre con acceso a todas las respuestas de todas las preguntas llegará a tal punto en que no encontrará significado alguno en la vida. Ni siquiera puede pretender ser un eslabón de traspaso, como un sabio maestro o un erudito de todas las verdades. Leer del libro de las verdades absolutas más de la cuenta conlleva un castigo, universal por supuesto y debe ser comprendido antes de correr el riesgo.
Como dije anteriormente, hubo una noche donde tuve acceso a todas las respuestas. Pude haberme convertido en el hombre mas inteligente si así lo hubiese deseado, intentar quizás buscar el índice y leer las verdades de asuntos como ¿de donde venimos y hacia donde vamos? O por ejemplo ¿qué hubiese pasado si…? Sin embargo no fue ese el caso. A mi, porque me tenían en alta estima, solo me pidieron que abra el libro donde se me ocurra y simplemente lea.
Y no dudé un instante.
Al azar y sin pensar en un porqué lo abrí por el medio. Una hoja de color amarillenta se reveló ante mí. Los márgenes estaban decorados por un sinfín de garabatos en tinta azul, unos pequeños mamarrachos dignos de alguien que mata el tiempo mientras piensa. No había notas adjuntas ni más dibujos, solo un párrafo en letra cursiva, bien acostada hacia la izquierda, propia de un zurdo y coronado por un titulo en mayúscula. El doble subrayado le daba un aire de presencia y ciertamente llamaba la atención. No podría decir en que idioma estaba escrito, no era ninguno que yo conozca ni hubiese leído jamás. Sin embargo era una forma de escribir (si es que se le puede decir a eso idioma) totalmente entendible para cualquier persona en cualquier lado del mundo. Aparentemente no había necesidad de traducción alguna por parte de un tercero, no en este caso. Nada me era desconocido, ni extraño ni ajeno. Solamente una verdad se encontraba ante mí, absoluta e incuestionable, esperando a que yo decida que hacer con ella.
Así fue como me hice acreedor de una pequeña porción de conocimiento verdadero. Nunca nadie jamás iba a poder cuestionarme sobre un tópico en particular, ni discutirme ni justificarse. Y créanme cuando les digo que tener tal ventaja alimenta la vanidad al punto que transformé ese pequeño saber en mi orgullo y tema de conversación en cuanta charla surgía, ya sea en mi casa, en la calle, con amigos o incluso con desconocidos, sobre todo con ellos. Jamás dejaba pasar una chance para demostrar que tan culto y sabio era. Al fin de cuentas yo sabia la verdad absoluta a una pregunta universal que de poco, claro está, no tiene nada.
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